Juicio

Los tres jueces se sentaban juntos, hoscos y taciturnos en el estrado bajo el trono. Llevaban cuchicheando cerca de cinco horas acerca de la suerte de los criminales más sangrientos que recordaba la ciudad de Hörn en mucho tiempo.

Cinco guardias asesinados delante de su superior, un arquero mercenario apuñalado hasta morir en su turno de guardia y, lo peor, habían cosido a flechazos a un mayordomo ilustre, llamado por todos Cipriano, miembro de honor de su gremio por sus muchos años de servicio a la familia Royce y muy querido por todos, en las mismas puertas de la casa donde servía.

Era demasiado hasta para la Ciudad sin Ley.

Como agravante, cientos de personas habían presenciado los hechos, algunos ciudadanos incluso intentaron derribar la puerta que los asaltantes habían bloqueado con el cadáver de Cipriano y el cuerpo dormido de Néstor. Pudo ser una masacre aun mayor, pero los hombres de Harrison actuaron deprisa y bien.
Después de más de un mes de juicio, los tres jueces dejaron de cuchichear.
- Que hagan entrar a los acusados.

Una mujer pequeña, no pasaría del metro y medio, pero muy hermosa incluso bajo la desharrapada túnica de basta lana marrón reservada a los que se manchan con sangre hizo su aparición en la sala. Más de un hombre se quedo mirándola embobado. No había perdido el orgullo y andaba erguida, con los pechos desafiantes y mirando al frente. No se podía decir lo mismo del otro sujeto. De menos de un metro de altura, el personaje que la acompañaba en el banco de los acusados era arrugado como una pasa vieja, y de un color gris ceniciento que hacía que su túnica pareciera limpia y brillante. Se rumoreaba que ese gnomo había sido el brazo ejecutor, la mente fría y distante que había silenciado para siempre a media docena de buenos hombres.

-Que la Diosa Justicia nos conceda sabiduría y clarividencia- El juez más gordo que la Diosa Justicia habría podido imaginar se levantó lentamente de su sillón de marfil lacado recitando las palabras rituales. –Como siervo de mi Diosa de esta Ciudad, yo, Lord Tarly de Colina Cuerno, y este Tribunal, declaramos culpables a la maga Susi “Tormenta” y al gnomo Sudoku Sam-Urai de los actos que se les imputan.

Por lo tanto, -continuo el que se encontraba a su derecha- la maga Susi “Tormenta” es condenada a perder 7 dedos de las manos, dejados a su elección por los delitos de allanamiento e invasión de morada ajena, con los agravantes de premeditación y alevosía y a indemnizar a Ser Harrison “El Rojo”, capitán de nuestra guardia, con 3 dragones de oro por la herida que le infringió cuando se hallaba en el lugar de los hechos. Además, la máxima autoridad en magia de esta nuestra Ciudad, Yennefer de Verenberg, ha exigido su cabeza tras el juicio de magos a la que fue sometida "por el mal uso de sus habilidades de hechicera, que son la vergüenza y deshonra para todos los usuarios del poder"

En cuanto a Sudoku Sam-Urai, -dijo el que se encontraba a la izquierda- ha sido hallado responsable de la muerte de siete personas, una de ellas un simple mayordomo, además de cinco guardias de la ciudad y un mercenario. Crímenes tan graves se castigan con la horca, pero este Tribunal decreta que, ya que el gnomo solo puede morir una vez y o siete como debería, será despojado de todas sus posesiones, se le cortarán 7 dedos de las manos a su elección, cada uno de los 67 hombres que fueron necesarios para su captura le darán siete latigazos a lo largo de 67 días y, por último, será colgado hasta morir en las murallas de nuestra Ciudad.

El Tribunal ha hablado- Dijo el gordo- Se levanta la sesión.