El siguiente relato fue presentado al concurso de relatos del Club de Rol Cota de Malla, que lamentablemente, no gané, así que os quedasteis sin los orcos de gominola que iba a repartir entre los lectores de Sima de Rol, la próxima vez será...
REMIGUS
Aquella noche podía haber sido como cualquier otra. Llovía. Llovía mucho, pero, ¿cuándo deja de llover en esta parte del mundo? No fue esa la razón que hizo que de esa noche el principio del fin. La verdadera razón fue él, el forastero de la capa roja.
Me acuerdo de todo como si fuera ayer. Y ya han pasado los años. Muchos, la verdad, pero esos sucesos de los que me habla marcaron mi vida para siempre. Yo me encontraba en la taberna de Lucius, llena a reventar, como siempre. Estaba sentado en mi sitio, al final de la barra charlando con amigos y conocidos. No había habido nada raro en la zona hasta el momento. No crea a los que le cuenten que vieron luces en el cielo desde meses antes, ni a los que le digan que ellos lo sabían por el comportamiento de los animales. Si es cierto que el ganado estaba nervioso, pero eso se debía a que alguna bestia, probablemente lobos u osos, habían matado y descuartizado algunas reses en los campos. Si es cierto que se mostraban más audaces que nunca, pero era el comienzo del invierno y no había demasiado que comer. Se organizó una batida y se cazaron unas cuantas alimañas, algunas bastante grandes, pero ninguna era un gigantesco lobo blanco como dicen los rumores que he oído por ahí. Los dioses no son tan considerados. Jamás avisan de los planes que tienen previstos para nosotros de maneras tan directas y descaradas.
Como le digo, era el comienzo de invierno y no había demasiado que hacer. Las labores del campo estaban terminadas, ya sólo quedaba esperar a la primavera para la siembra. Los destrozaterruños tenían mucho tiempo libre y únicamente podían hacer dos cosas. Quedarse en sus cabañas de paja y barro, soportando a sus mujeres y a los críos, o en el bar, bebiendo con los compañeros. Dudo mucho que alguno se lo planteara como una elección. Era obvio lo que iban a hacer.
Si conocierais a estas gentes como las conozco yo, no pondríais esa cara de extrañeza. No en vano llevo viviendo con ellos la mitad de mi vida. No tuve más remedio, llegué aquí de paso y acabé quedándome para siempre. No es tan malo como parece una vez que te acostumbras a la rutina diaria, porque aunque no tenemos los entretenimientos de las grandes ciudades, tampoco tenemos su nivel de delincuencia, ni los malos olores ni los problemas con los viajantes, aventureros y demás escoria que pueblan los bajos fondos como las ratas las alcantarillas. Cómo llegué a esta aldea y lo que me pasó por el camino es otra interesante historia, pero no tiene nada que ver con los motivos que le han traído a hablar conmigo. Se la contaría con gusto, no tengo mucho más que hacer por el momento y es una de las favoritas de los niños. Después de muchos años contándola se ha transformado un poco, añadiendo algún combate heroico por aquí y alguna sabia decisión por allá, pero se ha convertido en una de sus predilectas y siempre me piden que se la cuente cuando vienen a verme.
Para que entienda mejor el resto de la historia debo hablarle de la gente de la zona. Basta decir que estos rudos campesinos raramente hablan. Es parte de su forma de vida, puede verlo usted ahora mismo. Se quedan acodados en la barra y sentados a las mesas, callados y casi sin moverse. Solo beben, en silencio. Beben hasta caer inconscientes si es preciso. Lo hacen para evadirse de la pobreza y la miseria en la que viven, para no pegar a sus mujeres e hijos o por cualquier otra razón. Esta es una vida dura, pero es lo que hay. Cuando por algún motivo tienen que hablar, prefieren hacerlo borrachos. O con los puños. Más de una vez ha habido heridos, a veces de bastante gravedad, aunque lo habitual son extremidades rotas y conmociones. Su comportamiento es el mismo en el trabajo del campo. Duros y recios como una roca, pueden trabajar de sol a sol sin quejarse, arando la dura tierra, acarreando enormes montones de leña o cualquier otro trabajo pesado. El problema es que también tienen el mismo entendimiento que una roca de granito.
No es de extrañar que la solución del viejo tabernero fuera tan popular cuando se decidió a abrir el local. Todavía hoy sigue siéndolo, tanto entre ellas como entre ellos. Y además, es eficaz. Sobre todo es útil para ellas. Desde que el viejo se instaló aquí, las palizas a mujeres se redujeron drásticamente. Eso sin contar que la posada supuso la llegada de visitantes y viajeros. Como usted. Como yo. Y eso supone dinero. Nadie le hace ascos a un doblón reluciente. Ni sucio, ya que estamos. Lucius fue soldado en alguna de las muchas guerras que asolan el Reino más a menudo de lo estrictamente recomendable. Luchó bien pero perdió un brazo, una herida fea y una amputación bien hecha. Tuvo más suerte que otros y lo licenciaron, así que se encontró de repente en la calle y sin trabajo. Invirtió todos los ahorros que le quedaban en comprar y adaptar esto para que fuera una posada. En aquel entonces el pueblo estaba cerca de la encrucijada, a no más de medio día de camino y algunos viajeros recorrían esa distancia para ahorrarse unas monedas. Por el mismo precio que habrían pagado en otro lado, aquí obtenían además una buena cena caliente, lo que era de muy de agradecer, sobre todo cuando caían las primeras nieves. Este sistema duró hasta que hicieron el gran desvío de de la carretera Norte. Desde entonces se tarda casi un día en llegar hasta aquí y ya no compensa hacer el camino por tan poca diferencia. El pobre Lucius tampoco ha tenido buena suerte en los negocios, pero trabaja duro y lo que saca con la gente del pueblo y algún viajero ocasional le es suficiente para ir viviendo.
Supongo que todo esto ya lo sabía, es una controversia vieja. Hay mucha gente en contra de centralizar el Reino con su gran capital en el corazón, pero tiene que entender que a partir de entonces empezó a ser raro que llegara gente de fuera. También se redujeron las peleas, así que hasta yo salí perdiendo. Perdí un montón de clientes potenciales, no sé si sabe a lo que me refiero. Debo tener los datos en algún sitio. Si quiere luego podemos echarles un vistazo, por si los necesita en su investigación. Siempre guardo un registro de mis actividades laborales; cuántos huesos se rompieron tal año o la cantidad de niños que murieron de fiebres tal otro. Para la posteridad ¿comprende? Puede que en el futuro le sirvan a alguien. Al que se ocupe de esto después de mí, por ejemplo. Me gustaría que mi estancia en este mundo sirviera para algo. Para algo más que lo evidente, me refiero. Quiero pensar que no sólo sirvo para entablillar roturas o curar catarros, sino que alguien me recordará cuando yo ya me haya ido. Soberbia profesional supongo. Soy consciente de que mi nombre se mantendrá un tiempo, hasta que el último que fue curado por mí alguna vez este muerto y enterrado. Quizá hasta que los hijos de sus hijos también mueran. Entonces nadie recordará a ese hombre que evitó que el ilustre tatarabuelo de la familia muriera cuando se perdió y estuvo a punto de congelarse en las montañas. Sólo quedará de mí una lápida vieja y un montón de papeles relegados al olvido, pero habré hecho todo lo posible para ser recordado.
De todas maneras, le estaba hablando del forastero. Es usted un hombre que sabe escuchar. O que sabe que dejando hablar se obtienen datos más valiosos que sacándolos por la fuerza. Los inquisidores deberían aprender de usted, que buena falta les hace. No es que haya tenido mucho trato con la Inquisición, los dioses me guarden, pero durante una época estuve trabajando con un fraile mendicante y vi demasiadas cosas. Esa es una historia que nunca cuento a mis pacientes, no es agradable de oír y tampoco merece la pena agitar la vida de estas sencillas gentes con lo que ocurre más allá de su pueblo. Esa es una de las razones por las que me quedé en este pueblo, los problemas más graves que se tienen son que una zorra entre en la cerca y mate un par de gallinas o se lleve un conejo. Nada que ver con ninguna religión ni ningún dios, por mucho que a veces les quieran culpar de sus desgracias mundanas.
Respondiendo a sus preguntas, y después de todo este rodeo, intentaré contestarlas lo mejor que sepa. Recuerdo que el tipo aquel era alto. No mucho, pero más que la mayoría de la zona. Diría que era desgarbado y atlético, pero no lo sé. Esa fue mi impresión la primera vez que le vi y, realmente, nunca le pude observar a gusto por tiempo suficiente. Jamás le vi el rostro, siempre que apareció en público iba cubierto con una capucha gruesa y la única vez que hablé con él, la habitación estaba casi completamente a oscuras. Usaba una capa de lana virgen del Valle, tratada con taninos y cochinillas machacadas. No es un tinte tan bueno como el que se saca de los mejillones sureños, pero aún así, es de muy buena calidad. No hay nada mejor que una capa así para viajar. Protege del frio, de la lluvia y del sol y además es muy amplia y con muchos bolsillos interiores. Se podría esconder fácilmente una espada bajo los pliegues y costaría darse cuenta. Sé que algunos cazadores de gansos llevan incluso arcos largos y que no tienen demasiados problemas para entrar en las ciudades, a pesar de los férreos controles que están poniendo ahora para evitar las reyertas callejeras.
Se preguntará como es qué conozco todos esos detalles. Podría responderle que no se ven ropajes tan lujosos todos los días y que ese tipo de capas están cortadas todas por el mismo patrón, aunque sea en distintas calidades, pero la realidad es que tuve esa misma capa en mis manos durante una temporada. La encontré cuando el hombre desapareció tan repentinamente. Yo la recogí y me la quedé. No soy demasiado supersticioso ni escrupuloso, al fin y al cabo, veo la muerte casi a diario. Aquella era una buena capa y su dueño se había marchado o, en el peor de los casos, estaba muerto. No iba a volver a reclamarla. No me equivocaba, él no volvió y nunca más volví a verlo. A los que si vi fue a los miembros de la Guardia. Vinieron un poco después, cuándo lo del incidente y todo aquello de los cadáveres, y estuvieron haciendo preguntas. Salió a relucir mi relación con ellos y rebuscaron en mi casa. Me interrogaron varias veces. No me torturaron, si es lo que piensa. Fue todo muy correcto. No tan correcto como usted, desde luego, pero se trataba de la Guardia Real. Son los Representantes de la Corona y toda esa historia. Tienen que ser correctos en sus pesquisas, aunque todos sabemos que se cometen siempre algunas irregularidades. De cualquier modo, se llevaron la capa y algunos otros objetos. Pruebas, dijeron. No les iba a discutir, no estoy tan loco para tentar así a la suerte. Por mucha Guardia Real que fueran, nadie les replica sin recibir castigo. También dijeron que me devolverían las cosas que no les hicieran falta. Se ve que necesitaron todo lo que se llevaron porque tampoco han vuelto por aquí.
Nunca llegué a saber el nombre del forastero. Sólo hablé con él una vez, como ya le he dicho, y fue resolviendo algunas dudas que tenía. Parece que todo el mundo me hace las preguntas a mí, pero va con el oficio. La gente enferma tiende a hablar y soy yo quién suele estar a su lado. Además, siendo médico la gente presupone que tienes una serie de conocimientos que realmente no tienes por qué poseer. La verdad es que me sorprendieron las preguntas que me hizo, daba la impresión de que estaba muy versado en las artes médicas pero no lo suficiente como para no cometer errores de principiante. Tenía una voz rota aunque potente, como si a un cencerro de bronce se le hubiera cascado la superficie. Me preguntaba cosas sobre el funcionamiento de los órganos interiores del cuerpo, e incluso intercambiamos opiniones acerca de la supuesta energía cerebral. Algunos estudiosos creen que los pensamientos se producen por impulsos energéticos, parecidos en su naturaleza a los rayos de las tormentas, pero como comprenderá, yo creo que eso es completamente imposible. ¿Se imagina que le salieran rayos por la cabeza? Sería difícil concentrarse con toda esa energía dentro del cráneo, aparte de muy peligroso.
De cualquier manera, nunca estuve solo con él. Remigus estuvo presente todo el tiempo que estuvimos hablando, sentado en una esquina y sin apenas intervenir en la conversación. Remigus era un tipo extraño. Hablaba muy poco, aunque creo que prefería mi compañía a la del resto del pueblo. Tuvimos un par de encuentros y nunca se comportó violentamente ni nada parecido. No sé que le habrán contado de Remigus, pero probablemente es falso. Desde luego carecía del poder de reanimar a los muertos y era incapaz de convocar tormentas y ciclones, como se les cuenta a los niños. Digamos que es nuestro hombre del saco regional, una imagen que realzada por su natural introspectivo y las actividades a las que se dedicaba. Sé que realizaba ciertos experimentos con cuerpos muertos de animales y puede que de personas, pero eso se debía a su afán de conocimiento. Yo mismo los hacía cuando estudiaba y no me considero un ser perverso. Lo que no me explico es como aplicaba ese conocimiento. Al fin y al cabo, un sanador debe conocer el interior y el exterior del cuerpo, es parte de su trabajo, pero no sé de nadie que haya sido nunca tratado por Remigus. Pensando en ello detenidamente sí que es extraño que demostrara tal pasión por un conocimiento al que no iba a dar utilidad. Pero bueno, he visto cosas más raras en mi vida.
Siempre que venía a la taberna se sentaba allí, en esa mesa que está vacía junto al fuego. ¿No le ha extrañado qué no haya nadie? Era su mesa, la mejor del local. Aunque estuviera todo a reventar y no cupiera ni un clavo más, esa mesa siempre estaba libre. Se sentaba allí durante horas y horas y no consumía nunca nada. Lucius decía que perdía dinero y hablaba de empezar a usar la mesa y no permitir la entrada a clientes que no gastaran. Curiosamente, siempre que lo dijo Remigus no estaba presente. De todas maneras, nadie del pueblo se habría sentado con él. Era demasiado diferente, corría el rumor de que era un maniaco que se había escapado de alguna institución. Eso era lo que se contaba a los niños para que se fuesen pronto a la cama, aunque sospecho que más de uno lo creía a pies juntillas. El hecho de que siempre fuera vestido de negro, con esa capa encapuchada y el olor tan repulsivo que despedía, no hacía más que acrecentar su mala reputación. Creo que el olor se debía a las hierbas que recogía por las montañas. Remigus era el único que se atrevía a internarse en las quebradas, incluso en lo más crudo del invierno. Si había un síntoma de locura en él, era ese. Hay que ser muy temerario o muy valiente para pasar una noche en las quebradas y Remigus se iba por largas temporadas. Después de sus ausencias, regresaba y se sentaba en su mesa durante días enteros. Nunca nadie se sentó con él. Hasta ese día.
Aquel día frio había estado lloviendo todo el tiempo. Incluso había nevado a ratos. Cuando la puerta se abrió, dejó pasar las últimas luces de la húmeda tarde y entró él, el hombre de la capa. Fue la primera vez que le vi, y como usted ya sabe, me impactó enormemente. Entró en esta misma sala mirando al frente directamente, hacia la silla de Remigus. No parecía que fuese la primera vez que entraba allí, pero nadie recuerda haberlo visto antes de esas fechas. Sin mirar a nadie de los presentes se dirigió hacia Remigus como si lo conociera desde antiguo, cogió la silla y se sentó. Ni que decir tiene que todos los parroquianos habían enmudecido. Que un extraño entrara en su bar sin mirarlos ya era malo, pero que se sentara donde nunca nadie se había sentado antes los desconcertaba. Aún así, nadie se le quedó mirando fijamente. Ya he dicho que su aspecto era raro, y en aquella situación resultaba amenazante. Todos los parroquianos estaban cohibidos, yo mismo lo estaba, a pesar de que casi cualquiera de los presente le podía haber tumbado de un puñetazo. Al menos daba esa impresión, pero allí estaba él, tan tranquilo, sentado en una silla que probablemente jamás había sido usada antes, sin que le importara lo más mínimo el clima hostil que le rodeaba.
La reacción de Remigus tampoco fue la que se esperaba de él. No dio muestras de sorprenderse ni de molestarse por la intrusión. Simplemente, empezó a hablar con el desconocido en voz queda y susurrante, de tal manera que nadie más pudiera oír lo que se decía. Parecía como como si continuasen una conversación insustancial entre buenos amigos, sólo interrumpida por causas menores como pedir una cerveza o saludar a los compañeros de trabajo, aunque desde luego ninguno pidió nada de beber. Probablemente ese diálogo al que nadie mas estaba invitado podria haberse prolongado durante horas, y yo podría haber seguido observando a la insólita pareja, pero ese fue el momento elegido para que se desencadenase la primera pelea de la noche. En mi opinión, el extranjero no tuvo nada que ver como se dijo más tarde. ¿Cómo puede un hombre sentado tan tranquilamente en una mesa desencadenar una pelea? Se dijo que nos había hechizado a todos, pero también se dijo que una luz azul los envolvió a él y a Remigus y que desaparecieron en el acto una vez comenzada la pelea. No lo sé, puesto que tengo la sana costumbre de evadirme de las riñas discretamente cuando empiezan a volar puños y jarras de un lado a otro. No se preocupe, yo utilizo la puerta, como todo el mundo. Por eso mi taburete esta aqui. Tengo un acceso rápido y cómodo hasta la salida, ya que acostumbro a esperar fuera para empezar mi trabajo cuando las cosas se han calmado un poco. Puede que la gente estuviera nerviosa o que los habituales ya llevaban más de una jarra o por cualquier otra razón, pero sinceramente, no me creo una palabra de eso. Pienso más bien que Remigus y su acompañante salieron por la puerta trasera, la que da a las cocinas y se fueron a seguir charlando a un sitio más tranquilo. En cualquier caso, cuando se fueron nadie les vio marcharse. No volvimos a saber nada de ellos durante una temporada.
Ahora llegamos a lo que realmente le interesa del asunto. Como le digo, durante un tiempo no supimos nada de Remigus ni de su extraño amigo. La gente dejó de hablar de ellos, había cosas más interesantes en su reducido mundo, como la boda de la hija de Rabian, el hombre más rico de la zona, con un apuesto joven de la ciudad o el incremento de precio de los cereales, que hizo que muchos tuvieran que vender sus animales y que el hambre se instalara como inquilina en muchas casas. El tipo de cosas comunes que preocupan a la gente común, las leyes de la supervivencia que hacen dificil que te preocupe cualquier otro tipo de cosas. Yo no me había olvidado, pero tampoco le di mayor importancia. Supuse que el extraño de la capa seria algún familiar o algo así, que había ido a visitar a Remigus. Es cierto que quedaban unos cuantos matices por explicar, pero no se me ocurrió nada mejor. Además, con la falta de dinero y comida empecé a tener menos clientes y tuve que emplearme como copista durante un tiempo.
No es de extrañar entonces que aceptara encantado la propuesta que me hizo Remigus. Un día, estaba yo copiando un tedioso manuscrito sobre el arte de la sanación, un encargo de mi antigua Facultad, cuando apareció Remigus a mi lado. No le oi ni le vi venir, pero cuando me concentro en mi tarea no es facil distraerme. El caso es que me propuso ganarme unas cuantas monedas por responder a una serie de preguntas de un colega suyo. Parecía mucho mas entretenido que copiar libros y la paga era buena, asi que acepté. Asi fue como llegue a hablar con el forastero. Como ya le dije antes, una vez llegamos, Remigus me hizo pasar a una sala en penumbras donde estaba esperando el hombre, siempre envuelto en su capa roja. Allí me interrogó sobre los misterios del cuerpo humano y animal durante cerca de dos horas. Después de ofrecerme un refrigerio que yo acepté encantado pero que ellos no tocaron, estuvimos teorizando sobre diversos asuntos. Ya le he contado lo del cerebro y la fuerza del rayo, pero la larga sobremesa también incluyó asuntos tan diversos como la alquimia, el forjado de armas y la posibilidad de crear vida en un frasco de cristal. Aquel hombre estaba extraordinariamente bien informado sobre los últimos avances en muchas ciencias, especialmente en las artes curativas, y he de decir que aprendí algunas cosas de él. Me estuvo explicando cómo utilizar aguja e hilo para coser ciertas heridas que parecían mortales y me aseguró que daba buen resultado. Yo mismo lo comprobé mas tarde, cuando a un granjero se le desbocó el caballo y lo tiró al suelo, con tan mala fortuna que se clavó la horca que llevaba en la pierna. La herida estaba infectada cuando me lo trajeron, y no había mucho que hacer, pero me acordé de lo que me había explicado el hombre misterioso. Desinfecté y cosí la herida y hoy ese hombre es el más viejo del pueblo. Incluso volvió a picarme el gusanillo de la investigación de mi juventud, quería probar por mi mismo algunas de las cosas que había oído, sobre todo las referidas a la alquimia y el conocimiento natural. Pronto abandoné mis esfuerzos por los mismos motivos que en mis años mozos. Para dedicarse en serio a averiguar los secretos de la naturaleza se necesita mucho material especializado y un lugar donde guardarlo, además de suficiente tiempo y ganas. Las ganas me sobraban, pero de lo demás tenía muy poco, así que tuve que dejar las cosas como estaban.
Esa fue la última vez que vi al hombre de la capa roja, y también la ultima que vi a Remigus. La conversación tuvo lugar a finales de otoño, escasos meses después de la llegada del forastero, que había llegado ese mismo invierno. Luego desaparecieron del pueblo y hasta que llegó el siguiente otoño, no supe lo de la recompensa por la cabeza de Remigus. Es cierto que empezaron a aparecer cadáveres mutilados en los bosques y en las montañas de los alrededores, y que desaparecieron muchos niños y bebés, pero no lo relacioné con Remigus ni con su amigo. Me sorprendió de veras el anuncio de búsqueda y captura, conocía a Remigus desde hacía mucho tiempo, pero más me sorprendieron las historias que empezaron a circular de boca en boca. Se hablaba de un gigante con una coraza impenetrable y la fuerza de tres hombres que lo arrasaba todo a su paso. También se decía que un ejército de muertos vivientes atacó la torre de la Guardia por la noche y que no quedó piedra sobre piedra. Ni siquiera encontraron los cadáveres de los soldados. Se dijeron muchas otras tonterías semejantes. El problema fue que ninguna se podía comprobar pero las desapariciones eran reales y estaban ahí, así que decidí ir a ver si mi antiguo amigo estaba en casa y podía averiguar algo más.
Cuando llegue a la casa de Remigus estaba bastante seguro de que no encontraría nada. Al fin y al cabo, si te persigue la justicia, lo último que haces es volver a tu casa, donde todo el mundo sabe quién eres y todos te conocen. La casa estaba a una hora de camino, metida entre las colinas que rodean la aldea. Cuando me acercaba, vi que de la chimenea salía humo. Yo no tenía nada que temer, no creía que pudiera ser atacado a plena luz del día tan cerca del pueblo y me picó la curiosidad por saber quién podía estar usando la casa de un fugitivo de la justicia. Me acerqué a la puerta y la empujé. Estaba abierta y entré cautelosamente hasta la cocina. Eso es lo último que recuerdo. No sé si me desmayé o qué pasó, pero cuando me encontraron en el camino unas horas después, yo estaba delirando. No recuerdo que es lo que vi exactamente en esa casa, pero una sensación de espanto impenetrable me acompañó durante semanas. Incluso llegue a considerar el suicido para librarme de las pesadillas que me acosaban por la noche.
Tiempo después, el médico que me atendió, un amigo y colega de la ciudad, me dijo que en mi delirio había estado chillando incoherencias y que lo único que sacó en claro fue una frase que repetía constantemente: “Es imposible, es totalmente imposible”
Bueno, eso es todo lo que tengo que decirle. Es lo mismo que le conté a la Guardia, pero sé que no me creyeron. También sé que a partir de entonces la gente dice que veo visiones y que tengo tratos con demonios, pero aún así, siguen confiando en mí para que les cure. Le agradezco las monedas y las cervezas que ha pagado. Ya sé que querría haber oído una descripción más detallada, pero prefiero contar sólo aquello de lo que estoy seguro.
Antes de que se vaya voy a contarle otra cosa. Esto no lo sabe nadie, usted es la primera persona a la que se lo cuento. Un par de semanas después de haber conseguido levantarme por primera vez y todavía convaleciente, volví a la antigua casa de Remigus desobedeciendo al sentido común y las órdenes de mi médico. Esta vez todo estaba cerrado y en silencio. Cuando entré sólo encontré la capa roja tirada en el suelo, pero ni rastro de los instrumentos que colgaban en las paredes ni de nada más. Hasta la mesa, una mesa de madera de nogal macizo que debía de pesar un quintal, había desaparecido. A los de la Guardia les dije que encontré la capa unos meses después, enganchada en un arbusto. No sé por qué se dejarían una capa así ni tampoco me importa. Tampoco quiero saber quién era en realidad Remigus y que hacía con su extraño amigo. Sólo espero que no vuelvan más nunca por aquí.