HARD ROCK CALLING FESTIVAL, London, 27th June
Hard Rock Calling Festival no es un festival de Hard Rock. Es un festival producido por Hard Rock, la famosa cadena de restaurantes donde sirven hamburguesas de verdad y te rellenan la bebida tantas veces como quieras. Como curiosidad os diré que en el Hard Rock Café de Madrid tienen los zapatos con los que Michael Jackson bailó Thriller y que el día de su muerte miles de seguidores se reunieron en los alrededores del local para rendirle homenaje. Esto no viene a cuento, pero ha sido interesante estar en Londres durante el “Affaire Jacko”, una ciudad muy relacionada con el artista, y que se ha quedado sin los conciertos previstos antes de su muerte; los periódicos venían llenos de separatas especiales y titulares amarillistas.
El festival se viene celebrando desde hace cuatro años en Hyde Park (Oh, Hyde Park), un precioso y verde vergel del tamaño del Principado de Mónaco. Obviamente el festival no ocupa todo el parque, sino un recinto vallado bastante extenso dentro del mismo; la gente, muy astuta, preparó sus picnics fuera de las vallas y se sentó tranquilamente a escuchar (que no ver) el concierto. Sin embargo, por lo que pude observar, el sonido resultaba misteriosamente bajo en el primer grupo al que escuché, y aumentó ligeramente con Neil Young, aunque a mi modo de ver podían haberle metido algo más de potencia...
Y ya que menciono el nombre confesaré que yo estaba allí única y exclusivamente para ver a Neil Young. No me hubiera importado ver otros grupos, por supuesto, pero el concierto empezaba a las dos del mediodía (Oh my god!) y fuera del recinto había una de las ciudades más bellas de Europa por explorar. Así que, y puesto que de todo el cartel solo conocía a Pretenders, denostados ya y relegados a la peor hora del día, decidí entrar al recinto entorno a las siete. No sin ciertos problemas (empezó a llover cuando pretendía salir del hotel y encontrar una zona concreta de Hyde Park es como buscar una aguja en un pajar) llegué al emplazamiento cuando estaban a punto de terminar de tocar Fleet Foxes.
Y sin duda, la gente también estaba allí para ver a Neil. Paseaban y charlaban durante el concierto de Fleet Foxes; el sonido blando no llegaba al césped donde los ingleses, bien pertrechados descansaban en mantitas de cuadros y saboreaban fish and chips.
El concierto de Fleet Foxes, unos jóvenes con pintas de granjeros americanos llegados directamente de Seattle, admiradores (¿quién no?) de Bob Dylan y Neil Young, fue un buen momento para llenar el estómago con esta comida típica: patatas y pescado frito condimentado con tomate frito y mostaza. Mmm, delicioso.
Como suele ocurrir cuando se aproxima la hora clave, la gente se apretujó cual acordeón al borde del
escenario, lo que me dejó en una posición no muy lejana a este pero sin el espacio necesario para desarrollar correctamente mis necesidades vitales de respiración y movimiento muscular. Con todo, los ingleses tienen la peculiaridad de reservar un sitio en la arena para sus enormes bolsas y vituallas varias de festival, por lo que el aire corría más que en cualquier festival español.
Obviamente, como también suele ocurrir en estos casos, cuando salió el monstruo canadiense al escenario todos los males se disiparon ante un eléctrico hey hey, my my.
Como es propio de Young, el concierto continuó sin presentación o saludo alguno; sin palabras y entre algún cambio de guitarra, cada canción era recibida por el público con gritos de furor. Empezó la tanda acústica con Are you ready for the country?, y continuó con las mejores joyas del Harvest. El público emocionó con este disco del que a excepción de The needle and the damage done y Heart of Gold, dos canciones obligadas en su repertorio, no suele tocar en directo.
Para mí, la mayor sorpresa y emoción vino con Unknown Legend, una deliciosa canción del Harvest Moon, de la que nunca hubiera sospechado tener el placer de oir en directo.
Otros disco con protagonismo fue el Everybody Knows this is Nowhere, del que tocó la canción que le da nombre, la esperada Down by the river y la obvia Cinnamon girl.
Aparecieron también durante el repertorio el Chrome Dreams II, Freedom y una anecdótica de su último disco, Fork in the road. Neil iba tocando canciones que sorprendieron lo mismo que agradaron a un público fiel que coreaba las letras de cualquier disco, por antiguo o nuevo que fuera.
La apoteosis eléctrica culminó con Rockin’ in a free world, un estribillo interminable que mantuvo al auditorio en marcha durante más de diez minutos. Aunque la canción con la que se explayó fue Down by the river.
Llegado el momento de los vises, el público coreó un perfectamente pronunciado “Neil, Neil, Neil”.
Y la gran sorpresa de la noche vino con la aparición, previo parloteo con Neil, de Paul McCartney, el mismísimo. Es lo que tienen los conciertos en Londres, que siempre hay una celebritie rondando por ahí. Neil comenzó con los acordes de A day in the life de los Beatles, a cuyo ritmo entró Maccas, como apodan los tabloides ingleses al ex beatle, que con gestos histriónicos reverenció a Neil.
La escenografía y la “banda” fueron las mismas que las del año pasado en el Rock in Rio, unas extrañas letras que se iluminaban aleatoriamente para terminar formando el nombre propio de Young, un tótem indio y un enorme ventilador retro. La banda la componían Pegi, la polifacética mujer de Neil, que coreaba y tocaba el piano y el xilófono, Rick Rosas, un indio encamisado diestro en el arte del bajo y Ben Keith, más viejo que matusalén e imperturbable, como si estuviera tocando en el salón de su casa. Y tal vez sea eso lo que Neil consigue manteniendo una banda familiar y cohesionada en un escenario personalmente diseñado. Un acompañante vocal se unía a la banda, un curioso elemento con un aspecto físico entre Sabina y Calamaro, cuyo protagonismo se centró más en su sombrero negro que en su voz eclipsada por el matrimonio Young. El batería, Chad Cromwell, más joven que el resto, tuvo su momento de gloria en la presentación final de los miembros del grupo, pero sus palabras fueron inocentemente anuladas por un micrófono apagado.
El concierto terminó de manera sencilla, sin fuegos artificiales como lo hiciera el del año pasado en el Rock in Rio. El metro amplió su horario para esta noche de conciertos y el público abandonaba el recinto por los caminos de tierra de Hyde Park, entre cancioncillas y anécdotas, con la tristeza de que hubiera terminado, pero la satisfacción de saber que fue insuperable.