Los Abrazos Rotos (2009)
Las películas de Almodóvar han dejado de ser simples películas. A parte de haberse convertido en fenómenos mediáticos rodeados de ruedas de prensa y glamour, los estrenos de Almodóvar son un auténtico conjunto de formas artísticas. No hay más que ver los carteles que han plagado las marquesinas de muchas ciudades españolas en el último mes, tan warholianas, tan pop; el corto, los falsos preestrenos, las enormes escaleras exteriores que “ascendían” al cielo de los abrazos rotos en el círculo de Bellas Artes de Madrid. En fin, un sinfín de acogedores y mullidos elementos decorativos que consiguen que la Película aterrice en las salas con un público seguro muy amplio, y que las arcas se llenen rápido con el tintineo del metal. Como si de un nuevo producto se tratara, acompañada de un lanzamiento publicitario en toda regla... y de un diseño y calidad exquisitos; todo hay que decirlo. Gracias a ello, Madrid ha tenido unas gotas de color sobre sus grises adoquines, su cielo gris y sus grises aceras. Las cámaras de los “paparazzis” han dejado tranquilas por unos días a Belén Esteban y Vicky Berrocal, para mostrarnos el rostro perfecto de Penélope y la chaqueta militar de Pedro (esa que no se ha quitado a lo largo de toda la promoción).
Tampoco me parece mal que el preestreno se haga en el cine Proyecciones, en plena calle Fuencarral, arteria cool y gafapasta de la ciudad, pero, hombre, eso se avisa, que una va tan contenta a ver el peliculón de Clint Eastwood y se encuentra con una alfombra roja y el cine a cal y canto.
A decir verdad, todos estos pormenores relacionados con la película me han venido a la cabeza a la hora de escribir esto, porque por arte de magia se desvaneció todo pensamiento negativo (relacionado) cuando salí de ese mismo cine una semana después, tras haber visto “Los abrazos rotos”.
Porque sinceramente, y abriendo por completo mi corazón (cinematográfico): ¡Me encantó!
Cada detalle estaba perfectamente cuidado, cada elemento que entraba en el encuadre, cada botón de cada camisa, cada cuadro en cada pared... Todo, al milímetro. Y el color, ese color que ya se ha hecho un hueco primordial en el imaginario Almodovariano. Ese color muy saturado de Volver y Mujeres al borde de un ataque de nervios. Y la fotografía, excelente en todas sus variantes: el paisaje volcánico de Lanzarote, la luz de los interiores madrileños, el ambiente de un bar moderno (modernete), el retrato de una mujer... Y los personajes, intensos y completos, fabulosamente interpretados pero mejor aún dibujados, creados, inventados, por alguien que conoce, que mira, que observa. El guión de Los Abrazos rotos y de cualquier otra película (buena) de Almodóvar no se concibe sin provenir de una persona que se fija en cada detalle, que escucha cada conversación con una atención sociológica, de alguien que conoce (no sabemos como) los gestos, las miradas, las voces de las personas, alguien que sabe retratar las formas de ser de todas gentes, de todos los tipos. Quizá los personajes de Almodóvar sean tan redondos porque tienen un pasado. Lo que en argot cinematográfico se ha dado en llamar “biblia”, es en “Los Abrazos rotos” parte esencial de la estructura narrativa.
El lector que suela leer mis entradas, sabrá ya que soy gran admiradora de Penélope Cruz. Quizá se deba a que no vi aquel videoclip de Mecano que todo el mundo usa en su contra. O quizá se deba a que la considero una actriz muy buena. Una de dos.
Hay una cosa que Penélope sabe hacer muy bien, y es interpretar que interpreta, es decir, hacer de actriz. Como ya lo hiciera en La niña de tus ojos de Fernando Trueba. La diferencia entre su actuación “real” y su actuación de la pantalla es abismal.
En esta película está especialmente increíble. Almodóvar tiene ese amor (artístico) por ella que hace que la saque perfecta, que le dedique escenas enteras, que cuide su vestuario, sus peinados, sus palabras, tal como hiciera Hitchcock con sus famosas “rubias”. Y precisamente tiene mucho de Hitchcock está película, con sus insinuaciones al Cine Negro y ese lujo que caracterizaba las películas del director inglés. Concretamente la escena de la escalera, que el propio Almodóvar define como “definitivamente negra” me recordó enormemente a una película de Hitchcock. Sin embargo, pensando y repensando en esto, no logro recordar una escena igual en Hitchcock, aunque sí las escaleras de Sospecha y Vértigo, y sin ninguna duda, el paralelismo entre la escena seleccionada para el póster de Los abrazos, y Los pájaros de Hitchcock; entre el despeinado de Tippi Hedren y de Penélope, aunque uno rubio y el otro moreno, y la cara de miedo y de impotencia de ambas (cada cual por lo suyo).
El resto del elenco es perfecto en su conjunto: Lluis Homar y Jose Luis Gómez: verosímiles, reales y humanos, y Blanca Portillo no actúa, siente, y hace sentir al espectador. Tamar Novas muy creíble en su papel de jovenzuelo, y Rubén Ochandiano la verdad es que lo hace muy bien, aunque no se hasta que punto está actuando o es que es así. Choca la presencia de personajes secundarios (o más bien terciarios) que destacan más por estar en una película de Almodóvar que por ser quién son: Alejo Sauras, Dani Martín, Carlos Leal...
Y no se si se me escapa algo, seguramente alguna menudencia que pasa desapercibida en una composición entretenida y muy bien hecha. ¡Bravo!