CN: Culo veo, culo quiero
Buenos días, queridos amigos frikis. Hoy vuelvo con una Crónica Niméndila, ya sabéis, uno de mis relatos en primera persona, basados en hechos reales de mi propia experiencia, sazonados en ocasiones con ciertos toques de fantasía, pero sin perder nunca su sentido realista, ni vulnerar los sólidos lazos que me unen a la realidad.
Pues veréis, iba yo el otro día volando por el espacio sideral, melena al viento, cabalgando a lomos de un dragón de ocho cabezas y siete... Naaah, os lo habéis creido. Pero si he dicho sólidos lazos que me unen a la realidad. ¿Que hay de realidad en eso? Si en el espacio sideral no hay viento, hombre. Venga, vamos otra vez, esta vez si, de verdad.
Pues veréis, iba yo el otro día volando (en mi querido metro de madrid, claro) en un día típicamente normal. Cientos de personas por vagón, auténticas hordas y alianzas copando cada centímetro cúbico de espacio. El desagradable contacto físico con desconocidos poco atractivos se hacía inevitable. Era primera hora de la mañana y aún así el tren ya apestaba al representativo olor picante de sobaco que caracteriza a los viajes en hora punta por el subterráneo de la ciudad.
Podéis imaginaros que con el vagón tan lleno iba yo más aburrido que el gato de Schroedinger una tarde de domingo. Ninguno de mis pasatiempos habituales del metro era factible en esas condiciones. Ni siquiera podía dedicarme a mirar a la gente. Llevaba tan cerca al tío de delante que lo veía pixelado.
Y por fin, el tren llegó a mi parada. Y comenzó la lucha diaria, la batalla por la supervivencia, la carrera hacia la vida. Como en ese documental en que los ñus cruzan el Massai Mara y al otro lado del rio hay una pared de piedra que tienen que trepar, así se desarrolló la cotidiana ascensión desde el andén subterráneo hasta la superficie. Todos llegabamos tarde, y los más lentos, los menos hábiles pasando los tornos y escalando las escaleras mecánicas serían devorados por los cocodrilos del tiempo.
Pero de repente, mientras se producía la ascensión, sucedió algo insólito. Un repentino silencio invadió la estación entera. El tiempo pareció detenerse. Todas las miradas quedaron fijas en un mismo punto, en un poderoso foco de atención que reclamó tado nuestro interés. Allí delante se alzaba un culo. Un culo de perfectas proporciones, un culo que podría sentar (y nunca mejor dicho) todo un canon de belleza.
Al parecer, una chica, gacela Thompson del lunes a las 7, se había destacado del pelotón, situándose varios metros por delante hacia la salida, y varios metros por arriba en los escalones metálicos. Su culo, enmarcado en unos minúsculos shorts, quedó, pues, suspendido, a la vista de todos, en el centro geométrico de la estación.
La visión de tan perfectas nalgas generó, como ya he dicho, un enorme silencio colectivo. Pero no un silencio incómodo, sino todo lo contrario, un silencio cómplice, un silencio de comprensión, un silencio de los que sólo se generan cuando todo el mundo comparte un mismo pensamiento.
Embargado por una euforia sólo comparable a la producida por ciertas sustancias y por las apariciones de la Virgen de los Pecados, quise saber si los demás estaban alcanzando grados tan altos de iluminación mística como aquellos a los que estaba llegando yo. Así que, en un esfuerzo de auténtica voluntad, aparté mis ojos de aquella visión bendita, y miré a mi alrededor.
Al mirar a todas aquellas personas pude sentir su felicidad. Todos esos hombres y mujeres, tan distintos y tan dispares, tan agobiados y apurados, habían olvidado por un momento todas sus miserias, sus angustias y sus problemas. Todos ellos, hermanados en tan intensa comunión habían dado paso a una alegría que invadió sus corazones, y fueron felices.
Ese culo, oscilando con un movimiento ármonico simple, simple pero hermoso, consiguió lo que a lo largo de la historia no han conseguido ni los líderes ni las religiones: unir a toda la gente en un ideal por encima de razas, sexos o ideologías. Ese culo, con su grácil bamboleo, fue el impulsor de un pensamiento colectivo, un pensamiento único, expresado en cada cabeza de una forma diferente, con unas palabras diferentes. Y ese pensamiento fue el catalizador de un impulso, de un efecto, de una reacción común. Todos nosotros, motivados por ese impulso común dimos un paso más. Un paso más fuerte. Un paso que no fue sino un paso hacia delante, pero que significó mucho más que eso. Significó un paso hacia una meta, hacia una idea superior.
Y de repente, pasó. Se fue. El momento se rompió y todo volvió a ser como antes. Cada uno siguió avanzando, inmerso en sus propios problemas. La gente se dividió, por diferentes puertas y pasillos y la chica se perdió en la multitud.
Más tarde, esa noche, en la mansión Sima de Rol, reflexionando frente a un buen oporto, me invadió cierta melancolía. No podía dejar de sentir lástima por aquella muchacha. Para ella, este no fue sino un día normal, un día anodino como otro cualquiera. Ella, inconsciente de todo lo que pasó, ha seguido su vida de manera normal, ignorando todas las sensaciones que su culo provocó. Ese culo anónimo que alegró las vidas de tantas personas. Y no sólo por aquellos momentos de solidaria unión con el prójimo que vivimos en esa estación, sino sobre todo, porque esa misma sensación que vivimos esa mañana se albergó en nuestros corazones. Y cada vez que una mañana es dura, cada vez que las aglomeraciones del metro son excesivas, el recuerdo de esa unión, de esa sinergia espiritual vuelve a cada uno de nosotros, y nos recuerda que la vida puede ser un poco mejor.
Y en esos momentos, mi lástima y mi inquietud por la dueña de tan adorable culo se sosiegan, mitigados por la comprensión de que los culos no han venido a la tierra a ser felices, sino a generar la felicidad. Y por eso, aunque su dueña, santa desconocedora de su calidad, lo ignore, ese culo puede sonreir con la satisfacción del deber cumplido.
5 cosas (no) relacionadas:
Joer, quillo, qué bonito...
Si es que yo siempre he sido más de culos que de tetas...
En fin, por cosas como esa, es por las que procuro llevar siempre encima (al menos) una cámara de fotos...
lo que dice luciernago me hace recordar que justamente una vez así noté a un tipo tomando fotos celular en mano.
salvaguardando la evidencia supongo
jeje
Aplaudo, aplaudo mientras me seco las lágrimas de emoción... ¡quién no ha vivido una de estas (con o sin culo perfecto)!
snif, que gönito, si hasta parece que a la multitud le importaba y todo
"Eso es un culo y no los de las estatuas de Botero". Buen relato, aunque lo de teomar fotos me parece aberrante...
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