El otro día entré en la cocina y ví una escena que me llenó de espanto: Bano Tuk, sonriente como un gnomo con un tornillo, se servía despreocupadamente Salsa HP sobre un sandwich de tres pisos que se había preparado para tomarlo mientras se veía toda la serie animada de Fanhunter conseguida ilegalmente. ¿Pero que Salsa HP? Mi Salsa HP. Yo, claro está, monté en cólera, y como no podía ser de otro modo, rescaté mi salsa con un cuchillo y la devolví al bote. Después pisoteé tanto al sandwich como a Bano. Y no contento con eso volqué sus cajas llenas de comics y fui al garaje a por la sierra mecánica para amputarle los... bueno, pero eso no es lo que quería contaros.
El caso es que esa misma noche, cuando me retiré a mis aposentos para descansar, tuve una extraña revelación. Desperté en medio de la noche y vi una figura blanca de pie en mi habitación. Rápidamente cogí el AK que guardo siempre bajo la almohada y le metí una ráfaga de plomo a la extraña figura. Pero mientras yo la cosía a balazos, la extraña figura me dijo: Detente, Nimendil. No puedes hacerme daño. Soy el fantasma de las navidades pasadas.
Al oir semejante estupidez le disparé otra ráfaga.
- ¡¿Y que coño haces aquí despertándome si estamos en Marzo?!
- Bueno, es que el resto del año trabajo en otras cosas, porque el sueldo de las navidades pasadas no me da para mucho.
- Ah, vale. ¿Y qué es lo quieres exactamente?
- Ven conmigo y te lo demostraré.
Dicho esto, me cogió de la mano y me llevó flotando por ahí. Volamos por encima de la ciudad hasta que llegamos a lo alto de un rascacielos. El fantasma me dejó allí y se fue, arguyendo no sé que sobre un submarino y unos dinosaurios. Todavía con mi pijama puesto y sin saber que hacer deambulé por la azotea del rascacielos. De repente vi a un grupo de personas sentadas alrededor de una mesa. El grupo lo componían un dragón, la muerte y un señor mayor con barba y los escasos pelos de su cabeza recogidos en una coleta. Me senté con ellos y jugamos a D&D. La muerte era el master y siempre puteaba al mismo jugador. ¡Gygax, sufres otro crítico! era su frase preferida. Cuando protesté sobre su escasa imparcialidad me dijo que ya me llegaría mi momento. En ese momento ví que en el dado de la muerte todas las caras valían 20. Entonces el viejo me señaló una puerta que yo no había visto antes. Era una puerta de bronce, que se levantaba allí, en lo alto del rascacielos, sin muro que la sujetase. Con pintura roja todavía fresca estaba escrita sobre ella la palabra Dungeon.
- Crúzala muchacho. Es la única oportunidad que tienes de superar tu tirada de salvación.
- ¡Venga usted conmigo, maestro! - No quería que se quedase allí, no sé porqué, pero me temía lo peor.
- Nimendil, en la vida de todo hombre llega el momento de tirar su último dado. Pero tranquilo, porque yo soy un personaje importante para la trama y seguro que aparezco en la próxima partida.
Todavía dudando abrí la puerta de una patada. Dentro estaba muy oscuro. Cuando entré, la puerta se cerró a mis espaldas. Me maldije por no haber comprado antorchas en la posada. Al poco se encendió la luz. Me encontré en una extraña nave. La melodía del Danubio Azul, a un atronador volumen, lo llenaba todo. En una esquina descubrí un viejo ordenador, un Spectrum. Estaba cubierto de sangre. Al acercarme a él, se encendió solo. Una vez encendido comenzó a hablarme a gritos, para superponerse al Danubio Azul.
- ¡Los he matado a todos!
- ¡¿A quienes?! -Le dije, por seguirle el juego.- ¡¿A quienes has matado?!
- ¡A todos! ¡A Arthur, a Kubrick, a Dave... incluso a Will Robinson!
Mientras el Spectrum me hablaba, vi por el rabillo del ojo que se acercaba hacia mí la silla del engendro mecánico. Temiendo que quisiese violarme como a Julie Christie, me metí en una capsula EVA y salí de la nave. En el exterior había un astronauta con un rodillo, pintando de rojo la nave. Yo me alejaba flotando. Según me alejaba ví que el astronauta no estaba pintando la nave de rojo, solo estaba pintando una letra. La última de muchas sobre la inmesa nave: RED DWARF.
De tanto mirar a la nave no me dí cuenta de que la cápsula iba descontrolada por el espacio, cual Darth Vader en su TIE, hasta que choqué con algo. Para ver que era, salí de la cápsula. Resulta que estaba sobre el caparazón de una tortuga. La tortuga era enorme, y nadaba en un pantano en el que se ahogaba un caballo. Cuando el caballó se terminó de ahogar ví que sobre el lomo de la tortuga, donde antes estaba mi EVA destrozada ahora había cuatro elefantes. Sobre las espaldas de los elefantes había un donut gigante que no cumplía las leyes de Kepler. Intrigado, trepé por los elefantes y me subí al donut. Fuí hacia el centro, claro, porque no había otro sitio mejor al que ir. Pero cuando me asomé, Yog Sothoth me empujó y caí por el agujero. Como tenía mucha hambre intenté coger un trozo del glaseado del donut. Tuve suerte y conseguí coger uno del tamaño de Texas. Mientras me lo comía seguí cayendo. El agujero del donut daba al interior de la Ciudad Nube y caí hasta el fondo. Allí recogí la mano y el sable de luz de Luke Skywalker, pensando en que luego se lo devolvería. Pero no pude, porque de repente se abrió una escotilla y me caí en la marmita.
La marmita estaba llena de salsa HP, así que aproveché y llené todos los botes que llevaba encima. Ya me estaba limpiando el pringue de la melena cuando apareció Tasslehoff y me preguntó: ¿Que llevas en los saquillos? Avergonzado, tuve que responderle que mi pijama no tenía saquillos, pero que si quería le podía dar la mano de un famoso caballero Jedi. Él dijo que estaba muy bien, y a cambio me regaló el bigote de un caballero de Solamnia. Me lo puse y nos dijimos adiós.
Cuando el kender ya se alejaba me dí cuenta de que me había robado todos los botes de salsa HP que había rellenado. Y entonces me dí cuenta de que no era Tas, solamente era Bano Tuk disfrazado. Salí corriendo detrás de él, pero como me llevaba ventaja cogí el metro para alcanzarle volando. Pero justamente había retenciones en la Linea 6 y tardé quince meses más de lo previsto. Cuando, despuiés del periplo, por fin llegué a la parada Campos de Pelennor (correspondencia con el Ramal Mordor-Isengard), era demasiado tarde: una inmensa mano, más grande que el poder de Jerjes, inclinaba un bote de salsa HP sobre un inmenso sandwich de 30 pisos. Yo corrí para detener tal atentado contra mi dignidad. Cuando llevaba un buen rato corriendo me dí cuenta de que no avanzaba. ¡No podía moverme! Corría y corría, vestido con mi pijama de Iron Maiden, pero no conseguía avanzar. Y mientras tanto la salsa HP seguía fluyendo, inmisericorde, hacía el sandwich ajeno. Desesperado miré hacia atrás y vi que la causa por la que no podía moverme era que Ella-Laraña, vestida con unas mallas rojas y azules me tenía enganchado en sus telarañas. Entonces recordé que llevaba el sable de luz de Skywalker y lo utilicé para cortar los pegajosos hilos que me ataban, sin poderme quitar de la cabeza la imagen de un hombre verde hablandome del Joker. Por fin llegué hasta el sandwich gigante, pero ya solo quedaban unas migajas desperdigadas. Abatido, me acerqué al bote de salsa, que todavía estaba allí. A través del cristal pude ver lo que había dentro: ¡no era salsa HP, eran pequeños clones de Lovecraft que gritaban nombres blasfemos! Pensé que debería entrar en el bote gigante para callar esas voces impías. Me subí en la alfombra voladora del principe Alí que me llevó hasta la boca del bote. Cuando se alejaba vi que no era el principe Alí, sino el árabe loco Abdul Alhazred disfrazado. Pero como ya estaba allí arriba no me quedó otra alternativa que entrar en el bote.
Cuando entré vi que estaba en una madriguera de conejo. Alicia me pidió ayuda y juntos bajamos hacia las profundidades del bote. Cuando llegamos a la parte abajo, los pequeños clones de Lovecraft se habían convertido en zombies. Entonces yo me dí cuenta de que la niña ya no era Alicia, ahora era Alice y tuvimos que volver a subir para escapar de La Colmena. Pero cuando salimos los científicos de Umbrella nos esperaban. Nos llevaron por un pasillo forrado de plástico que daba a la casa de Elliot, donde tenían a ET encerrado en una cámara criogénica. Para escapar nos difrazamos todos de fantasmas y Yoda nos guió a través de las calles de Horn hasta el campo de Blood Bowl. Allí se enfretaba un equipo de periodistas contra un grupo de jugadores de rol. El árbitro era Set, dios de la mentira.
El partido estaba a punto de terminar cuando el campo se separó por la mitad y James Stewart se cayó a la piscina. En el agua de la piscina apareció el Seaview, que venía a rescatarme de un examen de cálculo. El Seaview no llevaba su tripulación original, sino que estaba capitaneado por Mulder y Scully. Allí me enteré de que las ediciones para coleccionistas son tan caras por culpa de una conspiración del gobierno para vaciar los bolsillos de los frikis y que dentro de ellos críen los trífidos. Como tantas revelaciones de golpe me abrumaban decidí salir de allí. Abrí la escotilla y aparecí en una habitación con cortinas rojas y el suelo con rayas blancas y negras en zig zag. Un enano que estaba allí bailando me dijo que él conocía todas las respuestas. Le pregunté si sabía porque los sugus de piña eran azules. Cuando me iba a contestar aparecieron dos hombres, uno con melenas y el otro sin un brazo. Me envolvieron en plástico y me dejaron tirado en la playa.
Al poco rato aparecieron unos ecologistas y me quitaron de allí, alegando que estaba contaminando la playa. Yo les dije que creía que estaba muerto. Y entonces me tiraron a un contenedor de reciclaje con un letrero muy grande donde ponía Soylent Green. Dentro del contenedor había un señor gordo. El señor me dijo que sus compañeros de clase lo habían metido allí y no sabía como salir. Le pregunté cuanto tiempo llevaba ahí dentro. Me contestó que desde que era niño. También me dijo que tenía mucha hambre, porque a pesar de estar gordo hacía años que no comía. Así que decidió comerme. Yo como estaba muerto no puede darle una buena razón para que no lo hiciese, así que el tío me zampó de un bocado. Una vez en su estómago, vi que estaba en el Jardín de las Delicias. La monja cerdo me dijo que había pasado por allí un hombre preguntando por mí. Seguí las indicaciones que me dió y llegué hasta una tienda de Generación X.
Allí me dijeron que ya había llegado mi pedido de 300 disfraces de Red Sonja y que si quería llevarmelos puestos o envueltos para regalo. Decidí llevarmelos puestos, y así me libraba de mi pijama que ya estaba muy sucio. Sin pensármelo dos veces me desnudé allí mismo para ponerme mis disfraces. En ese preciso momento, aprovechando el vulnerable estado de mi desnudez, apareció una miríade de chicas frikis, todas tremendamente macizas. Yo les pregunté que si querían algo, a lo que me contestaron que querían sexo salvaje conmigo. Esto si que era extraño, chicas frikis guapas y deseándome. Con mi perspicaz olfato me olí una trampa así que salí corriendo de allí, poniendóme el pijama otra vez como buenamente puede. Pero ellas, con una furia atroz de satisfacer sus ansias libidinosas, se disfrazaron con mis disfraces de Red Sonja y comenzaron a perseguirme. Yo corría por las calles intentando esquivarlas, pero ellas me perseguían sin tregua, como las novias a Buster Keaton. Empezó a sonar música de peli de humor inglesa y corrimos por las calles cruzandonos y persiguiéndonos mutuamente. Cuando sonaron las risas enlatadas, recordé que iba a llegar tarde para ver el capítulo de Friends en el que Rachel se disfraza de Leia. Como ya no me daba tiempo a volver al castillo de Sima de Rol decidí tomar un atajo y me metí en el Pensieve de Dinorider. Allí conseguí dar esquinazo a las frikis disfrazas de Sonja, que decidieron que los dinosaurios eran más molones que un friki melenudo con un pijama de Iron Maiden.
Estando las frikis ocupadas con los saurios, pude encontrar el link a Sima de Rol. Una vez dentro, esquivé a los luchadores de Pressing Catch de las entradas de Khazum y accedí al panel de control. Entonces miré hacia fuera. Allí estaba yo, terminando un post, con sangre en los dedos de escribir tanto. Con esa sucia y obscena sensación paradójica de verse a uno mismo, saqué mis brazos de la pantalla y agarré de los pelos a mi yo que estaba escribiendo. Tirando de él conseguí meterlo en la pantalla. Aproveché su estado de aturdimiento para golpearlo y tirarlo a la papelera de reciclaje. Iba ya a salir de la pantalla, cuando pensándolo mejor, volví a hurgar en la papelera. Le quité su pijama a mi otro yo, que estaba más limpio, y tiré el mio. Para evitarme embarazosos problemas en el futuro, eliminé los elementos de la papelera de reciclaje y salí de la pantalla.
De vuelta en mi cuarto, publiqué el post que estaba en borrador y me metí en la cama. Acariciando el AK que siempre guardo bajo la almohada me quedé dormido poco a poco.